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Mi voz

«Estoy deseando ver el día en que dejes de esconderte detrás de Linda» me había dicho Brenda en algún momento, al principio de la terapia. 

Ese día había llegado.

Los bebés de tortuga se dirigen hacia el mar apenas salen del huevo guiados por una fuerza superior a ellos. Las águilas sobrevuelan la llanura. Los árboles fabrican hojas, flores y frutos. Por mi parte, cada célula de mi cuerpo me pedía escribir. Las frases, los párrafos, brotaban en mi cabeza. Mis dedos hormigueaban deseando recogerlos. Mi respiración se aceleraba, luego se paraba. Lo mismo le pasaba a mi corazón. Las sensaciones eran conocidas, lo nuevo era la voz.

En mi mente no hablaba Linda, ni Ms Battuta, ni un viejo diente jubilado, ni una pandilla de amigos como Los Cinco, ni un duende viajero… ni siquiera mi padre. Tampoco eran las palabras de la jurista, la doctora en Derecho penal. 

Era Yamila quien hablaba. Yamila a secas.  

Mi voz rompía el cascarón. 

Cada día extrañaba más mi computador. Sentía la necesidad imperiosa de recrear mis sensaciones, sentimientos, reflexiones y vivencias. A la vez quería estar presente en mi realidad. Llegué a una solución de compromiso conmigo misma: plasmaría las escenas más significativas en mi diario, para conservarlas siempre. Si realmente quería escribir mi historia, tarde o temprano, antes o después, encontraría la manera de hacerlo. 

La voz de mi corazón ya estaba ahí. La había encontrado. O quizás era ella quien, después de romper muchos muros de contención, me había encontrado a mí. 

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