Escritor es quien escribe
—Yami, hija, yo aquí pondría “narradora de historias” en lugar de “escritora”, queda más poético me parece a mí. Además es muy pretencioso llamarte así. Eso tendrán que decirlo los lectores…
No viéndome convencida del todo añadió: “además, tú no eres escritora”.
Codo con codo mi madre y yo revisábamos la descripción de la autora para mi biografía, Mi norte es el sur, en busca de erratas.
Ella fue la primera persona en leer, junto con el editor, mi escrito más íntimo. Su sentencia se sintió como una patada en el estómago. Mientras encajaba el golpe me ponía en su lugar: para mi madre un “escritor” es Camilo José Cela o Cervantes. A saber, alguien serio, sesudo, con gafas y con libros publicados por Planeta. Y con premios literarios. Alguien que cada día se sienta frente a una máquina de escribir —o computador, en su defecto— y exprime el teclado para sacarle el jugo frente a una biblioteca de madera atestada de volúmenes más o menos polvorientos…
—Pues fíjate que nunca me vi así hasta que el editor, después de leer las primeras páginas me dijo, sorprendido: “guau, Yamila, pero tus escritos tienen mucha calidad, ¡eres una escritora de verdad!”.
¿¿¿Yo, escritora??? Al principio rechacé la idea hasta que un día sonreí y acepté:
La escritura es, sin lugar a dudas, una de mis formas de expresión.
Escritor es quien escribe. Escritor es quien hace la lista de la compra e idea una historia con cada producto. Escritor es quien deja traslucir su alma y su corazón a través de las letras. Escritor es quien transforma su mundo mental en palabras cada día o cada varios años, como es o, mejor dicho, era mi caso.
—Pero mami, ¿tú pintas, verdad?
—Claro.
—Pues entonces eres pintora.
—¡Que no, hija! Que yo no soy pintora, igual que tú no eres escritora.
En mi mundo, los animales, las plantas y las piedras, también son escritores. No tienen computador pero cuentan con lo básico: alma, corazón y mundo mental, por lo que solo precisan de un humano o humana dispuesto a transcribir su universo, igual que yo hice con Linda…
“¿Una perra escritora? ¿¿¿Dónde se ha visto eso???”.
No compré el concepto de “escritor” clásico que imponían las grandes editoriales antes de cerrarnos la puerta en las narices cuando les presenté mi primer libro: La vida es Linda. Gracias a ello —y a que creé mi propia editorial para poder publicar— Linda Guacharaca, mi ex callejera coja con ínfulas de perro policía, es hoy una autora de renombre que inspira a grandes y chicos con su historia de superación perronal.
“Pues me han invitado a certámenes internacionales de Literatura con los libros de Linda”; “pues los entrevistadores en los medios se dirigían a mí como escritora”; “pues he estado en varias ferias del libro…”.
Mi niña herida, mi escritora triste, trataba de hacer ver a su madre la realidad, su realidad, buscando argumentos válidos conforme a la lógica imperante. Tras lanzarle aquella información a la cara no sin cierto retintín me di cuenta de que la tristeza no se había movido ni un ápice. Ese no era, por tanto, el camino:
La paz no está en que mi madre o los editores me reconozcan, la paz está en que me reconozca yo.