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Ventana abierta a la vejez de un perro

Tras tres años largos de relación con congojas, alegrías, visitas al veterinario conjuntas y decisiones sobre los animales compartidas, me quedo sola, de nuevo, con una perra a la que apenas reconozco y, ahora, además, con un gato. 

Inexorablemente, imperceptiblemente, inexplicablemente mi perra se hace mayor. Hace tiempo que no sube de un salto al maletero para ir de viaje; tampoco hace ya ademán de encaramarse por sus propios medios: se para junto al coche y espera a que la alcen. Su hocico se ha vuelto cano y sus ojos, oscuros, enormes, tienen, cuando les da la luz de las bombillas, un atisbo vidrioso. Sus orejas parecen más caídas. Sus movimientos son menos elásticos y sus patas, ya de por sí torcidas, comienzan a flaquear. Sus saludos eufóricos en ocasiones culminan en un ataque de tos. Cada día pasa más tiempo echada y menos caminando. Los estímulos de siempre no siempre funcionan… salvo la defensa del territorio —los intrusos siempre se llevan su ración de ladridos furibundos—y el alimento. Arrunchis es el antiaging más efectivo. Mi perra muerde al gato en el cuello, lo aprisiona bajo su cuerpo cuando él le salta a la yugular, se persiguen… Los juegos se extienden hasta que la comida está lista. Luego de engullir el contenido de su cuenco, recibir un extra de pollo o pescado con entusiasmo desbordante y aspirar el piso en busca de los últimos restos, mi perra vuelve a hacerse un ovillo a los pies de mi cama. Cada día duerme más y, pese a tener nariz de sobra, últimamente sus ronquidos amenizan nuestras noches y siestas.

A veces proyecto en mi perra mi propio proceso de envejecimiento: a cámara rápida —en cuestión de meses— observo en ella los cambios que me esperan en los próximos años y decenios.

—Linda, ¿vamos a la calle?

Cada vez más a menudo, la aludida declina la oferta haciéndose la sorda.

A veces insisto y ella gira demostrativamente la cabeza hacia el lado contrario a la puerta. Otras veces me despido con voz cantarina —¡hasta luego, delincuente!— y ella bate la punta de la cola entornando los ojos hacia mí. En algunos de mis paseos solitarios por la playa estallo en llanto. Un llanto explosivo, agradecido y liberador ante el abismo de la finitud de la vida, de su vida. A veces me asalta mientras acaricio su hocico interminable y sollozo con mi cabeza despeinada apoyada contra su cráneo, suave y dorado. Entonces ella se arrellana aún más cómodamente sobre su colchoneta forrada en plástico para la incontinencia, chasquea la lengua y me muestra la barriga.

Para mi compañera cualquier momento es bueno para una rascada de panza.

Linda ha sido “mi primera vez” en todo lo perruno… También en la vejez. En esta nueva etapa, ando sin brújula. Insegura y todo, acompaño a Linda hacia el horizonte lo mejor que sé:

En un último intento de conjurar su incipiente descenso de la cumbre, de competir contra la colchoneta, próximamente salimos de viaje. Mis padres compraban su primer coche en los 80, un Renault 6 de color blanco, para ir de acampada con sus hijas por toda España. 40 años más tarde estreno coche de segunda mano —Fénix— recorriendo con Linda la península ibérica.

En las marismas de Doñana, junto a los acantilados portugueses, entre los cerezos en flor de Extremadura, bajo los riscos nevados del Pirineo, podré valorar su estado lejos de rutinas y olores repetidos. Podré sentir si su corazón se alegra ante la perspectiva de escalar una montaña o si prefiere corretear por el valle; si aún disfruta de guiarme por los caminos o si prefiere asolearse junto a Fénix en el parking. Podré seguir aprendiendo de la vida —y de la muerte— con ese animal que es parte de mi ser.

Con mi gato arrebujado en el hueco de mi estómago y la ausencia del abrazo amoroso en mi espalda, mis lágrimas ruedan, en algunas madrugadas, hasta la almohada. La pesada respiración de Linda se me antoja lejana. La cama de matrimonio cada día me sobra más. Quiero estirar mi brazo y tocar a mi perra mientras aún esté a mi lado.

Sonrío.

En el exiguo maletero de Fénix donde dormiremos los próximos ¿días?, ¿semanas?, ¿meses? tendré ese ovillo peludo, dorado y cálido que ahora ronca a los pies de mi cama pegado a mi cuerpo.

Comentarios (14)

Yamila, lindo homenaje para una perra que te dio mucha vida y tu le diste vida a ella.
Los recuerdos vividos con linda son inolvidables, recorrí medio mundo con ella leyendo sus perrunos libros.
Pará ti un abrazo y para linda un abrazo perruno.
No dejo atrás al gato… También un miau abrazo

Amiga, querida, gracias por tus palabras y por tus ladridos, como diría Linda. Todos felices con nuestros abrazos de tu parte y te mandamos otro enorme de brazos y patas para ti.

Como siempre tus textos muy emotivos. Linda tiene la misma carita de mi Rex. Esa galería está divina, la última me recuerda a los Beatles.

Gracias, Diana. Sí, la estética Beatles está buscada a propóosito. La foto está tomada en el Parkway de Bogotá. Abrazo para ti y para Rex

Gracias Yamila, me hiciste pensar en que la vida es un suspiro y mis perros cumplen 10 y el otro 8 años , este 2024 . No podemos hacer nada en contra de la vejez, lloro . Un abrazo muy grande

Cada etapa tiene su encanto y su aprendizaje, a veces somos testarudos y no queremos verlo. Entonces sufrimos. No importa, poco a poco nos vamos dando cuenta y, los que tenemos animales en la familia, contanmos con excelentes maestros si nos dejamos enseñar. ¡Abrazos para los tres!

Yamila buenas tardes dondequiera te encuentres con tu amada Linda Guacharaca.
Me atrevo a pensar que después de conocer la historia de tu perrita, para ella todo es ganancia y si los años de los caninos son siete de los nuestros, ella ha sido el animalito con más suerte en el mundo. A lo mejor ya empieza su viaje de retorno a la semilla (como en el cuento de Alejo Carpentier), pero como decimos en Colombia «lo bailado nadie nos lo quita» y de pronto ella está en ese estado en que hasta moverse hacia la caricia empieza a doler.
Un día descansará en paz, llevada por las alas del amor que le diste siempre, amor del bueno, incondicional y sobre todo Feliz. Si lo ves en perspectiva, su vida empezó con tu sonrisa.
Yo tengo una gata criolla, atigrada, que parece un jaguar en miniatura y que también viene de una vida cruenta, pero ya somos amigos -guardadas las distancias, como suele ser con los gatos-. Se llama Michi, por el nombre de la ilustradora de algunos de mis libros y es así, como esas personas que solo se acercan cuando ellas quieren. Y a propósito ¿Cómo se llama la bella felina?
Un abrazo muy grande para ese lindo grupo de las tres lindas.

Lo bailado nadie nos lo quita… ¡y con esa pata’e cumbia, menos! Lo fascinante de los animales es cómo nos muestran el camino que nosotros, en nuestra deshumanización, hemos olvidado. Como siendo son nuestros guías de una vida que casi no reconocemos con tanta mente y tanta distracción. A Linda aún le quedan meses, espero que años, de alegrías, de rascadas de panza y de colchoneta. Me salieron las lágrimas con «su vida empezó con tu sonrisa». Así lo siento, esta vida suya que es la que se llevará al otro barrio, como decimos en España. La miro y no puedo creer todo lo que hemos vivido juntas -una pequeña parte está en el libro que presentamos juntos en Filbo- y lo que estamos viviendo. Pero ahí está ella, con sus orejas caídas y su hocico cano sobre si colchoneta para mostrarme que todo es parte. Y que todo está bien. Un abrazo para ti y una rascada de orejas para Doña Michi.

PD: El felino es macho (aunque castrado) y se llama Arrunchis, aunque Linda le dice el Arrimao 😉

Que bonitas palabras para Linda. Yo tengo dos vientos perrunos, uno lo tengo desde cachorro y la otra llego conmigo ya grande, los dos ya en 14 y 15 años, años tan felices. Y verdaderamente te no encuentro las palabras para describir lo que siento al ver sus caritas, cuerpos y ánimos tan diferentes, aún quiero y deseo verlos como la primera vez, corriendo y saltando felices como cachorros. No quiero o no puedo imaginármelo de otra manera, me cuesta, pero también es hermoso el camino que ahora compartimos con ellos. Por eso repito que bonitas palabras encontraste para describir a Linda ahora viejita.

¡Gracias, César! El cóctel emocional es increíble, por eso me lancé a escribirlo… Me conmueve la cantidad de valientes que hay en el mundo acompañando estos procesos. Y viviéndolos.

Querida Yamila, el tiempo pasa inexorable y los arrebatos de la juventud perruna se van distanciando, leyéndote hoy soy consciente de que mi pequeño y peludo compañero Baquito, también se va adentrando en ese horizonte que tanto tememos, su presencia en nuestra vida es una ráfaga de amor y solo podemos atesorar cada segundo con ellos, a mi querida Linda le envío todo mi amor y por supuesto también para ti querida Yamila y un abrazo gigante para el resto de la manada 🥰🐶🐱

Atesorar y aprender aún más que antes sobre la aceptación. Esa es la gran enseñanza de Linda hacia mí en esta etapa y de Baquito para ti, seguramente. ¡Abrazos y lametones para los dos!

Hermoso escrito Yamila. Sigo admirando tu manera de hablar, escribir y ser, que me contagian el amor por la vida.

Yamila Administrador

Hola reina bella, gracias por compartir tu aprecio. Es tu propio amor por la vida el que te lleva a poder ver a los demás. Abrazos y lametones de doña cuchis 😉

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Yamila Fakhouri

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