León el Africano, mi libro favorito
El comienzo del que, sin romperme mucho la cabeza, calificaría como mi libro favorito desde la adolescencia, hace que aún hoy se me erice el vello:
“A mí, Hasan, hijo de Mohamed el alamín, a mí, Juan León de Médicis, circundado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesi, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía.
Mis muñecas han sabido a veces de las caricias de la seda y a veces de las injurias de la lana, del oro de los príncipes y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han sonrojado a mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios.Por mi boca oirás el árabe, el turco, el castellano, el bereber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias, me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios y de la tierra, y a ellos retornaré un día no lejano”.
Hoy, con más de cuatro décadas de vida a mis espaldas, me asombro del parecido con mi propia biografía.
Incluso mi padre se llama Mohamed, igual que el suyo.
León el Africano se organiza en tres partes a partir de los lugares donde transcurrieron sus cuitas: el libro de Granada, el libro de Fez y el libro de Roma. Como puedes ver, estructuré el relato de mi propia vida inspirada en él.
Pero no era solamente la exaltación vital y viajera lo que me llevaba a releer este volúmen en concreto una y otra vez:
En él se entremezclan Oriente y Occidente. Esa combinación me fascinaba, me atraía, me sentía, de alguna manera inexplicable, en casa. El sincretismo que corría por mis venas se abría paso, a falta de otra vía, a través de las letras.